Por: Raúl Benavides, director de Compañía de Minas Buenaventura.Llego al Perú a inicios de los años 70 recién graduado como ingeniero de minas en Italia. Su escuela, ubicada al norte de Venecia, había recibido una solicitud de un trabajo en el Perú para un recién egresado. Mario, una vez graduado, había regresado a su casa y, según él, le hubiera correspondido tomar el primer trabajo que se solicitara a su escuela, porque era el que tenía mejores calificaciones. Entonces, les dijo que la siguiente solicitud de un egresado que llegara sería para él. La solicitud llegó del ingeniero Giovanni de Col, graduado de dicha casa de estudios, que gerenciaba una operación minera en Hualgayoc, Cajamarca. Así, Mario Palla Palla llegó en barco al Callao. A los pocos días, don Giovanni lo envió a Cajamarca.En esa ciudad, Mario solía contar su introducción a la culinaria peruana en el restaurante Salas, donde llegó a tomar desayuno. Allí, imagino que de alguna manera se comunicó con el mozo que lo atendía. Seguro que utilizó sus manos y gestos para comunicarse, logrando que le sirvieran el desayuno. Lo concreto es que tomó un pan y lo untó con mantequilla y una “mermelada roja”. ¡Se trataba de rocoto! La anécdota la contaba con una gracia tremenda. Él tenía un sinfín de historias que gozaba contar con una gracia y expresión que lograba captar la atención y la sonrisa de cualquier persona que lo escuchara. Le gustaban mucho las tertulias después de la jornada laboral, que solía acompañar de una cerveza. Al día siguiente llegaba a la jornada de trabajo medio dormido y solía decir que estaba en proceso de “despertación”.En 1975 decidió cambiar de rumbos y buscar una superación profesional. Había conocido a mi padre, Alberto Benavides, y a algunos ingenieros de Buenaventura que habían visitado la Compañía Explotadora de Minas San Agustín (CEMSA) con intenciones de invertir en el desarrollo de la mina, cosa que se logró y luego se formó Minera Colquirrumi, en asociación con la familia Piaggio.Fue así que se acercó a las oficinas de Buenaventura en busca de trabajo e inició su carrera en Julcani. Allí no solo mostró sus habilidades técnicas, su calidad de líder y su carisma, también terminó enamorándose de una encantadora joven asistenta social, Norma Prieto. Ellos se casaron y formaron una bella familia que siempre estuvo ligada a Buenaventura y a los que trabajamos en ella aún después de jubilarse. Han sido y seguirán siendo parte de la familia Buenaventura, como tantas de las familias que hemos crecido con la empresa.Mario era un ingeniero brillante, con un conocimiento técnico superior y una pasión por hacer bien su labor. Trabajaba con un entusiasmo que contagiaba a jefes y subalternos. Hoy día se habla de empatía, inteligencia emocional y habilidades blandas. Mario personificaba estas cualidades. Era un maestro para ello y cautivaba a quien se le pusiera enfrente.Era, sin embargo, muy supersticioso. Decía que era “piña”. Por ello, nunca quería ir a un socavón de exploración por no “salarlo” cuando se cortaba una veta.En Buenaventura tuvo tareas muy complicadas. Una de ellas fue el desarrollo de la mina Toachi, en Santo Domingo de los Colorados, Ecuador. Buenaventura había invertido en esta mina en 1978 y decidió enviar de gerente a Mario. Le tocó estar en esa posición en pleno conflicto con el Ecuador, situación que manejó de la mejor manera. Recuerdo que cuando conocí a su madre me dijo que habíamos cometido un error al enviarlo al Ecuador, porque ellos eran de las montañas y estos climas cálidos, medio selváticos, no eran para ellos.Tuve la ocasión de ir a visitar su tierra, Pieve di Livinalongo del Col di Lana, pueblito de pocas casas en Italia, al norte de Venecia, en los Alpes, muy cerca de Innsbruck y Cortina d’Ampezzo. Esa parte de los Alpes es preciosa. Mario solía contarnos todo tipo de historias sobre su niñez y juventud en su tierra. Él y su familia eran campesinos italianos que vivían de lo que les proporcionaba la tierra y sabían aprovechar el verano para poder sobrevivir el invierno.En Buenaventura siempre le bromeábamos porque era blanco pálido y hablaba como serrano. Por ello, le decíamos que era “chuquibambino” (chuqui por serrano y bambino por italiano). Mario siempre tenía un comentario agradable, un chiste y una anécdota que contar, era un hombre jovial. Era muy divertido trabajar con él y, más aún, pasar tiempo juntos cuando no estábamos trabajando.En las situaciones más tensas y complicadas sabía sacar una sonrisa a todos. Solo se molestaba en momentos muy divertidos como, por ejemplo, cuando le servían en la mina tallarines chinos. Él decía que la pasta no podía ser china. Hacía que le trajeran tallarines sin nada y les ponía queso y salsa de tomate. Luego, también se quejaba cuando le ofrecían mondonguito a la italiana. Decía que eso nunca lo había comido en Italia y que los peruanos estábamos prácticamente insultando su país, atribuyéndole a los italianos ese guiso.En Buenaventura se convirtió en el diseñador de piques mineros. Todos los piques en Buenaventura fueron diseñados por Mario o fueron modificados por él. Le ponía un amor a cada diseño, a cada winche, al diseño de las jaulas para el personal y los skips o baldes para izar el mineral y el desmonte. Era un artista en esta materia.Este 3 de julio de 2023 hemos amanecido con la noticia de haber perdido a este personaje de la historia de Buenaventura y de la minería peruana. Mario deja tres hijos y a Norma. Yo siempre le decía que él “seguía siempre a la Norma”. Esperamos que su familia pueda superar su pérdida y que siempre recordemos a Mario como a él le hubiera gustado: con una sonrisa.Para todos, perder a un amigo, compañero de trabajo y de tertulias será duro, pero sonreiremos con su recuerdo y repetiremos sus cuentos y chistes. Será la mejor forma de rendir tributo a su memoria.
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